El platillo:
Ceviche verde
Si algo sobra en el sureste de México es agua. Dos ríos, el Usumacinta y el Grijalva, atraviesan Tabasco en su camino al norte, donde espera el Golfo de México. La vida parece inundarse a su paso, por eso hay arroyos, lagos, pantanos y manglares cruzándose con la mirada.
Allá está el mar, en tierra firme el verde, matices de verde en todas partes, como el de los cacaoteros. En medio de la espesura, los tabasqueños, habituados a la lluvia y la humedad, aprendieron a cocinar con leña lo que el agua les brinda.
Hablan de cualquier cosa mientras en la lumbre un pescado se fríe. En esa transición, de los ríos al humo, comienza la gastronomía local. Los cocineros aquí solo pueden sentir amor por la sal, las hierbas, y la magia conseguida al juntarlas.
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Ernesto Aguilera creció cerca del mercado Pino Suárez, en Villahermosa, entre las carnes saladas, los embutidos, los totopostes (tostadas de maíz tierno), las galletas de agua, los puestos de pozol. Quiso juntarnos los sabores de su tierra y pensó, primero, en esos pasillos, después en la naturaleza.
El resultado es un ceviche verde compuesto por la pesca del día y una salsa hecha de tomatillo con un toque de momo (hoja santa).
Para contarnos más cosas, le añadió puré de aguacate, cilantro y cebolla, lo perfumó con rodajas de rábano sandía y algo de aceite de oliva. Ahí estaba en ese plato, pensó Ernesto, el paisaje tabasqueño.